diumenge, 19 de juny del 2011

'Pero no subió a las estrellas, si a la tierra pertenecía...'

"La muerte es un proceso natural, cuando me llegue entraré en la nada y me disolveré en ella".

José Saramago

Ya descansa en su Lisboa, en tierra de Lanzarote bajo un olivo de Azinhaga.



dijous, 14 d’abril del 2011

14 de abril

80 aniversario de la Proclamación de la "República catalana a la espera que los otros pueblos de España se constituyan como Repúblicas, para formar la Confederación Ibérica."
(Francesc Macià, 14 de abril de 1931).

dijous, 7 d’abril del 2011

Mario Soares: España y Portugal en el contexto europeo

Portugal y España, una vez liberados de las dictaduras a las que durante décadas ambos países estuvieron sometidos, firmaron el mismo día -el 12 de junio de 1985-, en Lisboa y Madrid respectivamente, su adhesión a la entonces llamada CEE. Lo hicieron, tras largas negociaciones, por razones de orden político, en primer lugar, y de orden económico además. Para consolidar sus jóvenes democracias y asegurarse un más rápido desarrollo económico y social.

Veinticinco años después de aquella fecha histórica, creo poder asegurar que una abrumadora mayoría de la población de España y de Portugal no está arrepentida en absoluto. Todo lo contrario. Las transformaciones de los dos Estados ibéricos y de sus sociedades civiles han sido altamente positivas, en todos los ámbitos. Han desaparecido las fronteras entre nuestros dos países, las relaciones entre los dos Estados y gobiernos han estado marcadas por una total confianza mutua y amistad, nos sumamos a la moneda única -el euro-, participamos ambos en la Comunidad Iberoamericana y hemos mantenido posiciones convergentes en asuntos europeos.

Con todo, la Unión Europea ha cambiado mucho, como el resto del mundo. Y, por desgracia, no siempre para mejor. El colapso del universo comunista llevó a la ampliación de la Unión, hacia el este, y a la unificación de las dos Alemanias. De 12 Estados miembros -cuando nos adherimos nosotros- hemos pasado a 27: 17 de ellos pertenecen a la zona euro y 10 no se han sumado a la moneda única, aunque tal vez haya que decir más bien nueve, dado que Polonia se halla en negociaciones -con significativos avances, parece ser por ahora- para integrarse también en la zona euro.

La ampliación, políticamente importante y generosa, sirvió también de justificación para que la Unión, creada con el Tratado de Maastricht en 1992, paralizara su progreso institucional y subvirtiera, paulatinamente, algunos principios fundamentales del proyecto de los llamados Países Fundadores. Por citar algunos ejemplos: la igualdad y la solidaridad entre todos los Estados miembros han desaparecido; hoy están todos más o menos dominados por la Alemania de la canciller Merkel, que ha olvidado lo que Alemania debe a la Comunidad Europea y se considera ahora la dueña de Europa, apoyada por su servicial aliado, el presidente Sarkozy; hay un predominio de la economía -y de las finanzas, sobre todo- por encima de la política, o en otras palabras, un predominio del Banco Central Europeo y de los bancos alemanes, aunque no exclusivamente; se ha producido la paralización de una Europa ciudadana y de una Europa política, de tipo federal, etcétera.

Sucede además que la Unión Europea, sumando sus 27 Estados miembros, está gobernada en estos momentos por 24 partidos conservadores y ultraconservadores y apenas por tres partidos socialistas, en Grecia, España y Portugal (este con un gobierno dimisionario, a la espera de elecciones). Solo tres -démonos cuenta- y todos de la llamada Europa del Sur. Cuyo peso en Europa y en el mundo -convengamos- se basa, más que en el dinero, en la historia y en lo que representan: Grecia, a quien debemos la democracia, la filosofía y la ciencia; España y Portugal que difundieron la civilización europea por el ancho mundo que descubrieron, y que se trajeron de regreso a Europa un mejor conocimiento del planeta. No son cosas de poca monta, pero, claro, los economistas, como solo ven el dinero, se olvidan del resto. Y tal vez por eso se engañen tan a menudo... Los tres Estados citados podrían haberse plantado ante las exigencias de una Alemania que los lanzaba hacia una recesión inaceptable. Pero no tuvieron valor para hacerlo.

La crisis financiera y económica que hoy se abate sobre el mundo -y que está lejos de ser superada- aún no ha sido comprendida bien por las instancias que rigen la Unión. Como suele decirse, "no hay peor ciego que el que no quiere ver". Los líderes de la Unión se niegan a aceptar que el neoliberalismo, como ideología, está agotado, como hace 20 años le ocurrió al comunismo. Por eso, se niegan a considerar el peligro de la recesión, a darse cuenta de que, además de la reducción del déficit, es necesario, de la misma forma, procurar reducir el desempleo, las tremendas desigualdades sociales de nuestras sociedades y buscar un nuevo paradigma de desarrollo.

Si no ocurre así, la crisis va a llevar a rupturas que pueden ser violentas y peligrosas. Véase el ejemplo de la manifestación que hace días tuvo lugar en Londres, que movilizó a 500.000 manifestantes, algunos de los cuales se mostraron muy agresivos. Como antes había ocurrido en Grecia, Bélgica, Francia, Italia y en otros países. Si Europa no percibe el descontento que reina -por todas partes- contra los gobiernos nacionales y las instituciones europeas y la distancia que los separa de sus pueblos, es indudable que nos encaminamos hacia la decadencia de la Unión Europea, en un mundo en transformación, y hacia su posible disgregación. Una tragedia que corresponde a los ciudadanos evitar. Porque en las democracias es mediante los votos como se escoge a los gobiernos. Y si los gobiernos son malos, en último análisis, la responsabilidad compete a los ciudadanos, que pueden derribarlos gracias al sufragio popular.



(artículo publicado en El País)

dilluns, 28 de febrer del 2011

28 de febrero, día de Andalucía


¡Andaluces, levantaos!
¡Pedid tierra y libertad!
¡Sea por Andalucía libre,
Iberia y la Humanidad!

dilluns, 7 de febrer del 2011

Teófilo Braga y la construcción ibérica

Teófilo Braga, presidente que fue del gobierno provisional de la República de Portugal, escribía antes de proclamarse la República en su país, a propósito de una posible unión de España y Portugal:

"Si la República en la Península hispánica quiere tener un destino firme y progresivo tendrá que seguir las tendencias separatistas, que son inmortales, con la forma disciplinada de un pacto federativo, reconstituyendo la autonomía de estos pequeños Estados de la Edad Media. Cuando la República habrá dividido España en los Estados autónomos de Galicia Asturias, Vizcaya, Navarra, Cataluña, Aragón, Valencia, Murcia, Granada, Andalucía, Extremadura, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja y León, entonces solamente Portugal podrá constituir con ella una Federación, teniendo asegurada su independencia contra toda anexión ibérica entonces solamente podrá constituir, sin obstáculos, el Pacto Federal de los Estados libres peninsulares e ibéricos. Lo contrario es un absurdo, una violencia, que no se hará sin verter sangre, y cuyo resultado se vería destruido poco tiempo después, como lo fue en 1640."

Y dirigiéndose a los republicanos españoles, Teófilo Braga añadía:

"El régimen republicano mientras los dos países se gobiernen por sí mismos, no puede, sin viciar su esencia, atacar el principio de las autonomías nacionales. Gracias a la República, España será emancipada, de este unitarismo político que la ahoga; una nueva savia circulará entre las diferentes partes que componen este país; sus energías heróicas, sus capacidades artísticas y científicas encontrarán un nuevo aliciente. Lo mismo Portugal, atrofiado por sesenta años de un liberalismo bastardo, verá surgir en el régimen republicano sus nuevos hombres que tendrán conciencia de llenar una misión social. Los dos países confederados formarán una potencia europea, verdadero punto de apoyo de la Confederación Latina u occidental, la Federación Ibérica, teniendo como propósito una acción común, tendrá una gran influencia internacional bajo el triple punto de vista científico, económico y jurídico.

Es un hecho indiscutible que durante los últimos treinta años, el movimiento de secesión en Cataluña —el Portugal del Este— ha tomado gran incremento. Parecía que con la República, este separatismo latente quedaría desvanecido, ya que la República cabía esperar que fuera federal. Mas la no alteración de las bases del Estado ha dado, por el contrario, nuevos bríos al separatismo catalán. Sería ridículo pretender que este movimiento es artificial. No. Responde a una realidad histórica. El separatismo es la respuesta que abajo se da al Estado cesarista, al Estado unitario y gendarme. Las razones que hace tres siglos determinaron la separación de Portugal y la insurrección de Cataluña harán que mañana, si la política española no sufre una transformación radical, Cataluña se separe y después Vasconia, Galicia, las Baleares...
La nación responde a un proceso histórico necesario. Antes de que el mundo haga su unidad definitiva, antes de que desaparezcan completamente las fronteras —gran idea socialista—, la nación es un peldaño, una parte de ese grandioso movimiento de integración en el espacio y en el tiempo. Pero lo que no tiene razón de ser, lo que se hunde inevitablemente en un momento de crisis, es toda estructuración artificial opuesta al rumbo progresivo de la Historia. Se deshizo el Imperio austro-húngaro; quedó descuartizado por la guerra porque allí también, como en España, el Estado hacía imposible la libre coordinación nacional. A España que, en suma es lo que queda de un viejo imperio, le está reservado un fin semejante, siguiendo el proceso de desmoronamiento, si no se tritura el Estado para hacer sobre sus ruinas una estructuración enfocada hacia adelante y no hacia atrás, como ocurre ahora.
La aspiración de un español revolucionario no ha de ser que un día, quizá no lejano, siguiendo su impulso actual, la Península Ibérica quede convertida en un mosaico balcánico en rivalidades y luchas armadas fomentadas por el imperialismo extranjero, sino que, por el contrario, debe tender a buscar la libre y espontánea reincoproración de Portugal a la gran unidad ibérica”…

divendres, 4 de febrer del 2011

Portugal, tan lejos

Este domingo hará ya dos semanas de las elecciones a la presidencia de la República de Portugal y se puede decir que, entre nosotros, su eco ha pasado con la misma rapidez e indiferencia que si se hubiese tratado de Guinea-Conakry, Vanuatu o Belize. Siempre me ha sorprendido y disgustado este desinterés catalán por Portugal, país con el que tantas cosas tenemos en común, en el pasado y en el presente. Unidos a España por la espalda, fachada atlántica y mediterránea de la península ibérica, respectivamente, unos y otros ya hace tiempo que deberíamos haber hecho una alianza de intereses, ya que a todos nos conviene una península multipolar y no radial, con sede central en Madrid. Nos conviene en la economía, el transporte, la cultura y la política.

De hecho, se puede decir que Portugal nos debe una. Inmersos ambos, en 1640, en una guerra contra Castilla, ellos consiguieron librarse y proclamarse independientes, al tener el grueso de las tropas enemigas centradas en Catalunya. Hablábamos de ello, en una cena memorable, delante del río Tajo, en Lisboa, con Mário Soares y Manuel Alegre. Este último, candidato de la izquierda a la presidencia de Portugal y buen conocedor de la poesía catalana, es un destacadísimo poeta, novelista, vicepresidente del Parlamento y autor del preámbulo de la constitución de su país, donde el primer valor al que se hace referencia es la "independencia nacional". Ya desde la época de su activísimo exilio en Argelia, ha unido siempre los planteamientos de izquierdas con la defensa de la identidad nacional, sin ningún tipo de complejo.

La iniciativa privada catalana ya hace tiempo que tiene en Portugal un peso notable, mientras que, por el contrario, las relaciones políticas entre partidos instituciones son, de hecho, prácticamente inexistentes y las culturales son mínimas. Es una lástima que así sea y que no podamos beneficiarnos de unos flujos de relaciones que tan positivos serían en el ámbito cultural, para nuestras lenguas, y económico, pensando sobre todo en el mercado tan interesante que configuran los países de lengua portuguesa. Y, lógicamente, también en la política.

(artículo publicado en NacióDigital.com)